miércoles, 16 de noviembre de 2016

Le dije y me dijo
Jorge Leónidas Escudero
Ediciones S.P.A.E
San Juan (1978)


Procedimiento fallido
El requisito de los certificados digo,
legalizarme libre,
darme a los avisos que promueven encuentros.

Por eso vine con el comisario Zonda,
al sitio de aquel picnic famoso donde yace
el primer amor.
Y le dije si cava usted un poquito
encontrará en los huesos,
pero hinque la pala con delicadeza,
por respeto, ¿me entendiste?, a la que ya no existe.

Destapó un hormiguero de lágrimas, un guano
de golondrinas que jamás regresan.
Mucha arena, señor, fíjese:
todavía no aparece la enterré ahí.

Enjugó el comisario un sudor de la calva
y se fue retirando cejijunto, de modo
que si falta la occisa, repetía indignado,
no podré autorizarle sus papeles de viudo.

Así estaba el asunto y peligrosamente
de adquirir comprobantes pa casamiento mío,
pues había que agregarle el pleito del olvido
esos restos mortales.

Con pañuelo en los ojos me quedé solo, hipé,
y quise agregar algo pero me contuve.
Sin los certificados de que ha muerto el primer amor
mi situación es cada vez más difícil.

Le dije y me dijo, un libro de Jorge Leónidas Escudero de 1978, que avanza con una magistral fluidez. Los poemas son poemas de amor. La palabra tristeza y triste se repiten como un mantra a lo largo del libro, algunas veces escribe felicidad y ambas resuenan como dos caras de la misma moneda. Creo, debe ser, porque esos sentimientos adquieren en estos poemas cadencia humana, no hay abstracciones pretensiosas en ninguno de los versos, sino lenguaje que expresa. El amor es algo que se busca, una latencia, un impulso, que se desarrolla en la escritura. La expresión no se dispone en una dimensión diferente de lo vivido, es ella el acontecimiento mismo de la poesía. Así, quizás, el título del libro podría traducirse “me dice y lo escucho” asumiendo que entre esas modalidades de la comunicación no hay fronteras. Los poemas de Escudero son como tesoros desenterrados, plantitas que asoman entre las rocas, mica,  tierra roja. Supongo que esas imágenes se vinculan a la lectura del resto de su obra, a su historia como minero y también a cierto lugar común donde Escudero encontró un espacio en la poesía argentina. Sin embargo, tras la experiencia de leer por primera vez un libro suyo fuera del contexto de su obra completa, percibo con más fuerza lo irreductible de su poesía. Un modo de fe en las palabras, como Macedonio Fernández cuando escribe a Elena. Una repentina erupción de las cosas innombrables y trágicas que se desarrollan a la sombra del lenguaje, las palabras cavan la fosa para desenterrar a la mujer muerta, las palabras inventan el amor, entonces, cada palabra es oro. 
John Austin denominó actos de habla a la ocasión donde ciertas palabras adquieren significado en un contexto determinado, el valor de verdad perfomátivo. En la poesía ocurre que no hay valor de verdad (o falsedad) pero sí un sentido perfomático e inestable que excede todas las referencias. La poesía es una verdad aún más verdadera. El evento se produce en el lenguaje, no comprobamos el mundo, su existencia, sólo lo intuimos. Cuando antes decía que Escudero escribe sin pretensiones, me refería a que él escribe desde adentro del mundo;  escribe desde adentro de la tierra y puede pensar el pensamiento de una flor o una piedra.

Su lenguaje y su habla coinciden en la roca, en el cielo, nacen sus palabras y el poeta desfasado accede al canto, al ritmo. Aquí han amado, aquí en el fondo de este valle. No en cualquier parte, señala la potencia del fondo, en el valle, donde el amor es un resto humano. De su vida quedaron más que rosas grabadas/en piedras otoñales y una pizca en el viento/ de susto, /pulgaradas de chamuyo en la fuente/ y en la higuera dos nombre enlazados/ que nadie puede leer. 


domingo, 6 de noviembre de 2016

Reconstrucción del hecho

Reconstrucción del hecho
Edgardo Russo
Torres Agüero (1988, Buenos Aires)
La Sofía cartonera (2013, Córdoba)





Desnudo bajando una escalera

“No era mi intensión reproducir la carne
Tal como se brinda, cuerpo a cuerpo,
En el burdel o lecho: Rubens o Manet.

Cuando te desvistes y caminas,
Y la carne se afloja o tensa
Según el movimiento que te exija,
La lucha es otros, y en ella da lo mismo
Que fueras maja o mono.
El ojo combate una abundancia
De pelos, tajos, mamas,
Viene y va, viene y se fija: péndulo y plomada.

Da lo mismo entonces que no te reconozcas,
Maja o mono. Y que nadie diga, nadie pueda:
Es ella, desnuda, bajando una escalera.”


El libro de poemas de Edgardo Russo Reconstrucción del hecho tiene varias divisiones y subdivisiones, la primera fotografías dedicada a E. J. Bellocq, Diane Arbus, Weegee, Eadweard Muybridge, Richard Avedon, a un retrato de Rembrandt y a una pintura de Bacon. La escritura no coincide exactamente con las imágenes que allí se muestran, ni siquiera con alguna otra no expuesta. Esa voz, más bien, narra un estado secreto  de quién obturó en el ángulo singular de la  realidad. La carne, la corporalidad fotografiada, es la medida del diafragma que se abre. La dimensión del poema recorre la empática condición de modelo y fotógrafo, el circular destino de quien es atrapado en el espejo de luces y sombras. Russo configura un paisaje que atiende a la ocular proyección de una voz; existe una unidad vedada entre la experiencia y el lenguaje, la rasgadura es testigo. Cada uno de los fotógrafos escogidos, las reflexiones poéticas sobre las imágenes, las reconstrucciones de las voces sobre un hecho, forman parte de un catálogo o mapa fuera de lo convencional. No en vano el conjunto se desliza a Rembrandt La pequeñas venillas que irrigan bajo la piel la carne/ parecen haber tomado consistencia de cartílago y a Bacon el abrazo es feroz, y presupone / menos que la caricia la riña.  Los pintores contemplan su propio destino irremediable, mientras en la pintura la expresión denota su última salvación, el cuerpo propio del  pintor  muere.
En la parte 2 Modelos ejercita eclipses entre la carnalidad y su imposible representación, Duchamp, Carpaccio, Vemeer, Tintoretto, Cezanne, Caravaggio retoman la paradoja del pintor anunciada con Rembrandt y Bacon. Cuerpo a cuerpo ellos, los pintores, se enfrentan con el espejo, lo que ven ya ha sucedido.  Existe un desfasaje en las imágenes, en el seno mismo de ellas, como si los objetos y los cuerpos no coincidieran en el mismo tiempo y el espacio. Los cuerpos se desgarran, intentan liberarse, mientras las cosas que los atrapan, resplandecen.
Continúa naturaleza muerta donde eucaliptos, naranjas, el viento, un caballo, el patio, una hoja de palmera, la flor de caña, jazmines y frutas son observados. Una ventana imita la ventana renacentista y advierte que de ella no podemos escapar. La mirada antepone al artificio, lo que sabemos vivo, muere cuando la mirada alcanza. Como el obturador de la máquina fotográfica dispara, la mirada gatilla su cuadricula; la matemática reiterativa, donde el mundo exterior siempre se nos pierde.  
En la parte Reconstrucción del hecho invierte el orden de los sentidos, abandona la mirada para escucharse. Los epígrafes de Blanchot y de Pessoa lo indican, insisten sobre la resonancia y la sinfonía. La voz interior del poeta nos devuelve una biografía que existe reflexivamente, vivimos en el lenguaje.
El libro termina con cuatro poemas titulados Cavafis en el nº 10 de la calle Lepsius, el último de esos poemas dice A veces mi juventud me da miedo,/ como si hubiera sido una libélula/ y ahora debiera convertirme en fiera. Así, desplegado en su propio destino quien escribe poemas sobre los hechos  es la fiera.