domingo, 18 de diciembre de 2016

La esquina del Fresno

La esquina del fresno
Silvina Mercadal
Editorial Sofía Cartonera (UNC) - 2016


Los días de un viejo árbol
suben desde la raíz, largos
dedos de nácar, sumergidos
en el húmedo corazón
de la tierra, escuchan
la leyenda del bosque
de espinos. Y el fresno
comienza a recordar


“La esquina del fresno” es un libro de poemas para niños pero, fundamentalmente, es  un viaje en el tiempo, una dimensión que se abre. Un conjunto de poemas habitan el mundo en sintonía con la memoria refrescante, con la savia en movimiento de un árbol, entre sus raíces y sus hojas. La escritura, entra y sale de la tierra, recorre el vegetal, los recovecos de la planta, su textura y floración, para encontrar imágenes sospechosas de infancia.
El fresno habita el espacio real, la esquina de una casa amarilla, donde antes vivían niños, hijos de otras niñas que crecieron. El ciclo de la generación pulula y se expande.     Silvina Mercadal interroga al ancestral fresno, que se erigió en el añorado hogar de sus abuelos, y desde allí recupera el tiempo y una singular visión que, la frondosa copa del árbol, ha producido en años. Desde esa perspectiva puede verse de niña, contemplarse en cada hoja, como sí las arbóreas morfologías fueran ojos. Los árboles de hojas/ojos cuentan una historia desde ese lugar donde las raíces lo han anclado.
Escribe Silvina Un poco más allá, la esquina era del pino / las terrazas de agujas, el agudo bonete / frente a la plaza. En cada sitio, un tótem guardián, un representante simbólico y antiguo, para develar las formas onduladas del tiempo.
Los poemas son hermosos y las ilustraciones maravillosas, cada página es un universo de grafías, sonidos e imágenes que nos transportan a la dimensión del origen.
Entre la sensual Marosa Di Giorgio, por el despliegue vegetal en el sistema familiar y el insistente Lewis Carrol, enigmático hacedor de trucos “La esquina del fresno”  propone una original cosmovisión de la literatura infantil. En su libro Silvina, como en el de muchos otros autores incluidos los dos mencionados, el lenguaje no se cierra en su propia especificidad o género. Lo interesante de pensar, tanto la literatura infantil, como la ilustración, es admitir que no estamos en un campo delimitado dentro de la literatura o el arte, por el contrario, afirmamos y poblamos la lengua en nuevas regiones. Otras lógicas, diversas direcciones de lo real, combinaciones propiciatorias de la imaginación, juegos, encastres de dimensiones, todo eso ingresa en el flujo de lo conocido de lo que, convencionalmente, definimos como racional. Retomando o parafraseando el título de su libro “Madurar hacía la infancia” de Bruno Schultz, vamos hacía la infancia como una constante emanación de vida, como un árbol que crece en una esquina.  
La literatura infantil, los juegos, las invenciones, las ilustraciones esa singular constelación que sobrevivió y creció en el interior de la producción de muchos artistas, desde Leonora Carrington con “La leche del sueño” y George Perec “Cuentos para niños no tan buenos” hasta las colecciones y escritos de Walter Benjamín o las balbuceantes estridencias teatrales de Jorge Bonino, el arte sobrevive a la razón funcional, al positivismo del mercado. Esa enciclopedia mágica de la infancia, nos dispone de una versión abismal y deliciosa del conocimiento, fusiones del sueño, entrepisos de la conciencia, laberintos de la historia, memorias ancestrales del lenguaje. Así “La esquina del fresno” habita su propio paisaje en la literatura, y su propia lengua en el reflejo de los minutos de la infancia. Segundos, horas, gotas de alegría que van y vienen.