domingo, 2 de abril de 2017

El hada que no invitaron
Obra poética reunida 1985-2016
Estela Figueroa
Bajo La Luna - 2017

Realidad I

Durante muchos años
viví preocupada por mis agujeros.

Y es que me exasperaban:
si estaban vacíos se irritaban
si intentaba colmarlos
se resistían.

Así
me era imposible pensar en todos.
Y hablaba de pequeños cuencos
de puertas que se abrían se cerraban
de copitas de cristal rajado.

Ahora que me concibo a mí misma resbalando
de oeste a este
por el agujero negro del espacio
me he despreocupado.

A quién tiene por costumbre resbalar
¿le puede importar presentarse
con algunos agujeros
en casa de amigos?


Lágrimas y nervaduras

Hoy llovió toda la mañana y mientras viajaba leí El hada que no invitaron de Estela Figueroa. El paisaje se fue manchando con sus palabras, pinceladas de brillo sobre las cosas; los árboles chorreando y las piedras húmedas, el reflejo de mi rostro en la ventanilla, el cielo con sus nubes derretidas. Su voz, de repente, escapó del libro y comenzó a correr tras el tiempo que pasaba, corría rápido saltando charcos, perdida en el paisaje que se desdibujaba, galopaba su voz brava sobre el lomo huidizo de lo real. Yo quería alcanzarla con mis pensamientos y entonces logré ingresar a un jardín hermoso y una casa protectora, a un lugar donde la memoria se alimenta de palabras. Me pareció verla, instalando objetos entre lo huecos de las paredes, entre las hileras de ladrillos, entre las raíces y las macetas, en las alacenas perfumadas. Una escenografía de diminutas situaciones, montones de cenizas, ropa de efímera escala, una mesa con un mantel y el té servido, fantasmas, puertas y más puertas de muchos tamaños.
El hada Melusina es una combinación de dragón y mujer, la leyenda medieval cuenta  que, ocultando su lado monstruoso, logró casarse y tener hijos. Hasta que no pudo más y entonces huyo despavorida. Sólo por las noches regresaba a visitar a sus hijos, mientras dormían. A veces, las poetas huyen despavoridas de la luz diurna, del concatenado orden de lo cotidiano, pero por las noches siempre vuelven, con misteriosas palabras, para acunar a sus hijos. Los vuelven a parir, a amantar, por primera vez le enseñan la luna, los arropan y piensan en su madre y en las madres. Estela tiene un jardín, lo más parecido a un libro sagrado, cosas escrita para  ella; carnívoros herbarios o trepadoras enredaderas, vitales visiones del amor.    

La felicidad es el motivo, epifanía, ágil y huidiza, la música singular del poema la retiene, nervaduras que lagrimean. Poesía remanso del tiempo, vaivén en las olas arrebatadas de un antiguo río aunque a veces el viento las vuelve remolino. La felicidad disfrazada con palabras, se inventa un cuerpo, sobreviviente se agarra a unos palitos secos que logran flotar o se enreda a los musgos verdes de una piedra gigante e insistente nos espera en nuestra orilla, hasta que la última tempestad pase.