lunes, 31 de octubre de 2016

Mara Pastor
Poemas para fomentar el turismo
Sectas de los Perros (San Juan, Puerto Rico, 2011)
Neutrinos  (Rosario, Argentina, 2016)


Flora Numérica
Ciento setenta y tres de cada mil mujeres
se llamaban Rosa en Alabama

en el mil novecientos cincuenta y cinco.

Una de ellas se sentó en un autobús
que nos llevó a todas a un futuro de posiciones

y museos pero con una idea de justicia
que rondaba las costuras de la automovilística.

(Hubo Rosas que no contaron en el censo
porque recién habían cruzado la frontera
o habían germinado).

Una niña que nació por cesárea y no lactó
fue la última en llamarse Rosa
en el mil novecientos ochenta y nueve.

Ese mismo año dejaron de nacer Rosanas.

En la década del ochenta se extinguieron las Rosario.

En mil novecientos noventa
ninguna niña se llamó Rosemary.

En el dos mil cinco, una de cada mil mujeres
en todos los Estados Unidos se llamó Rosa

Hay residuos del Big Bang en las rosas,
residuos de radiación, hay menos abejas
en el planeta polinizándolas, hay menos Rosas.




Como un enjambre se desarrolla el libro de poemas de Mara Pastor. Un dibujo, una red de palabras que iluminan especies en extinción, no su desaparición real, sino el modo en que las vamos olvidando.
Las palabras van y vienen, en el cielo, adormecidas en la capsula tecnológica, la que permite a nuestros cuerpos volar, esa deforme apropiación de la técnica sobre el espacio indefinido, donde una extraña referencia de lo humano cobra dimensión. En el movimiento acorralado de rutas áreas Mara pareciera decirnos que es imaginable que las abejas reúnan, hoy, condiciones más adecuadas para la comunicación que todos nosotros juntos, parloteando por el mundo.
Cuando ella escribe colmena como una metáfora en desuso, dice babel, comunidad, traducción como un proyecto futuro que se derrumba, una racionalidad que se ahoga en los límites. Sin embargo, se permite ofrecer, regalarnos, el poema como mapa o diagrama; una imagen creadora capaz de reconstruir esa unidad mínima de deseo, anclada en el derrotero inclasificable de la afectividad.
Entre objetos que deambulan, inscriptos en geografías migratorias. Entre souvenirs, certificados, calendarios y televisores la poesía restablece un nuevo orden. Inventa un viaje  donde los destinos  se precipitan en un lugar indefinido pero seguro. Nos preguntamos desde esas zonas de intercambio del planeta ¿existe otra cosa además de la colmena, del lenguaje común?
La escritura es aquí la recuperación por diferentes  vías de un estado de cosas donde los ciclos intentan reponerse  y renovarse. En el poema Flora Numérica Mara reconstruye la información estadística en un nuevo arquetipo, en un eídos personal para establecer la regularidad del mundo. Las combinaciones posibles entre números y flores provee la creación de ese universo. Dice Silvia Rivera Cusicanqui, refiriéndose al desconcierto de los Incas frente a la voracidad desmedida de riquezas manifestada por los españoles: el intercambio verbal lo que produce duda y estupor: no puede ser señal de humanidad el que los recién llegados “coman” oro, que lo deseen con avidez en cualquier momento y a toda hora, sin orden calendárico, sin ciclo, sin una noción de regulación de las relaciones humanas con el cosmos por medio de objetos.[1] Una forma temporal que distribuya las fiestas y los duelos, el ahorro y el derroche, es lo que los turistas modifican.
Los turistas amontonan el tiempo y el espacio en sobredosis de banalidad que exportan en un pequeño objeto. Me trajiste / un pequeño gato de cerámica / sabio como la sombra de los siglos, / un escarabajo rodeado de colores, / una pequeña muerte y un papiro con tumbas, / un marcador con alfabeto ideográfico. Pero también condensan el afuera en constantes medidas de intensidad, en aberturas de portales.
El libro de Mara Pastor “Poemas para fomentar el turismo” produce resonancias diversas, se entrecruza en el laberinto de la referencias y la historia, el proyecto de establecer un afuera mítico que reponga ese orden perdido en los países de Latinoamérica.  “Cuentos para fomentar el turismo” es un libro escrito en Puerto Rico escrito por  Emilio S. Balverde en 1946, allí recala finalmente para disparase en la lejanía de su propia cita, y en el origen de su propio habla, penetrante.  















[1] Sociología de la imagen. Miradas Ch´ixi desde la historia andina. Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires,2015

domingo, 30 de octubre de 2016


Una mujer sola siempre llama la atención en pueblo
Natalia Figueroa
Editorial DasKapital (Santiago de Chile, 2015)



Caracoles

Se dilatan encerrando tu dedo
se detienen.
Uno queda en la mano, se acostumbra
los otros se esconden.
Si pudiera bautizarlo
si viviéramos juntos
lo regaría para que no se secara
y le daría calcio para fortalecerlo.
Avanzaríamos suaves
hasta que hibernara.

El rastro baboso del caracol avanza por el poema. La huella húmeda de una pequeña corporalidad se desenvuelve iluminando la letra. En Caracoles Natalia Figueroa manifiesta por primera vez, de manera explicita, ese vinculo espiral con las formas y con el tiempo.
El caracol es la dimensión de lo vital, como lo es un trébol en Tantalia[1] de Macedonio Fernández, donde lo existente cobra dimensiones irremediables y el amor es la medida de una responsabilidad incalculable, aunque se manifieste en un trébol o un caracol.
A lo largo del libro Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo, ella recorre esa morfología espiralada, donde la voz femenina también se repliega y despliega. Ella emprende un viaje y los poemas aciertan el destino de sus imágenes. En Symi, Rodas, Filipo el caracol  inscribe el conjuro de su singularidad en la geografía que descubre.
El caracol reconoce y advierte su propia capacidad para expresar los que en Grecia pensó hace siglos atrás el filósofo pre-socrático Demócrito: hay ciclos circulares, un vaivén de energía, destinados al amor y la generación, otro a la destrucción y la corrupción. El caracol no es dialéctico es insistente y deambula ordenando el tiempo.
Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo es un enunciado demoledor pero es al mismo tiempo la génesis de su propia auto-percepción. Ella escribe esos poemas mientras viaja, la única referencia frente al movimiento y los cambios en el paisaje es esa mirada autorreferencial. Su visión emancipadora que continuamente entre y sale, se ondula entre el interior y el exterior.
Entre muchos universos posibles, aquellos donde los desconocidos aparecen decorando postales hasta las intrincadas pasiones familiares, ella permanece solitaria. Escribe y traza la ruta de su propio viaje, aquel que acontece en las regularidades del caracol, no repara en las miradas, simplemente, escribe.

                                                     









[1] “Empiezan a temer que la plantita muera y muera así, uno u otro, y lo que es más: el amor, única muerte que hay. Se ven sucesivamente, meditando en coloquios, creciendo el pavor a que se ven sujetos. Deciden entonces anular la identidad reconocible de esta plantita para que, eludiendo el mal presagio de matarla, nada haya identificable en el mundo a cuyo existir esté supeditada la vida y amor de ellos; y al par así, sitúanse en la asegurada ignorancia de no saber nunca si aquel existir vegetal que tan singularmente se había hecho parte en las vicisitudes de una pasión humana, se muere o vive. Resuelven, entonces, de noche, en un paraje no reconocible para ellos, perderla en un vasto trebolar.” Macedonio Fernández, frag. de Tantalia.

Música de los telares de intemperie



Música
               de los telares intemperie
Sol
              en la hierba de los ecos
abrigo                         abrigo
lactescencia
y otra vez sol
alforja de los descendimientos

puebla añil
              grana
marfil de vellón
quietura de llama

siendo
lo que tañen manos
de la lana
huso de amanecer
y anochecer telares
de intemperie
siendo

Amarillo maíz
ojo de piedra
peine de pluma
el nudo orla el aire
la mano traza enlaza
de su vuelta cantable
volteárase piedra
al amarillo
pluma de maíz
peine a la escala
zocalón
en flecos
de quebrada

bicéfalo destino
trueca de azar
la rueca de los hilos
a su trama
de norte por su opuesto
urdimbre de rielar
lo oscuro amanecido

su sol
redonda nota ardiente
hueco de lagrimal
a los espacios puros

Beatriz Vallejos, El Collar de Arena

 Editorial Municipal de Rosario – Ediciones UNL - 2012