domingo, 30 de octubre de 2016


Una mujer sola siempre llama la atención en pueblo
Natalia Figueroa
Editorial DasKapital (Santiago de Chile, 2015)



Caracoles

Se dilatan encerrando tu dedo
se detienen.
Uno queda en la mano, se acostumbra
los otros se esconden.
Si pudiera bautizarlo
si viviéramos juntos
lo regaría para que no se secara
y le daría calcio para fortalecerlo.
Avanzaríamos suaves
hasta que hibernara.

El rastro baboso del caracol avanza por el poema. La huella húmeda de una pequeña corporalidad se desenvuelve iluminando la letra. En Caracoles Natalia Figueroa manifiesta por primera vez, de manera explicita, ese vinculo espiral con las formas y con el tiempo.
El caracol es la dimensión de lo vital, como lo es un trébol en Tantalia[1] de Macedonio Fernández, donde lo existente cobra dimensiones irremediables y el amor es la medida de una responsabilidad incalculable, aunque se manifieste en un trébol o un caracol.
A lo largo del libro Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo, ella recorre esa morfología espiralada, donde la voz femenina también se repliega y despliega. Ella emprende un viaje y los poemas aciertan el destino de sus imágenes. En Symi, Rodas, Filipo el caracol  inscribe el conjuro de su singularidad en la geografía que descubre.
El caracol reconoce y advierte su propia capacidad para expresar los que en Grecia pensó hace siglos atrás el filósofo pre-socrático Demócrito: hay ciclos circulares, un vaivén de energía, destinados al amor y la generación, otro a la destrucción y la corrupción. El caracol no es dialéctico es insistente y deambula ordenando el tiempo.
Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo es un enunciado demoledor pero es al mismo tiempo la génesis de su propia auto-percepción. Ella escribe esos poemas mientras viaja, la única referencia frente al movimiento y los cambios en el paisaje es esa mirada autorreferencial. Su visión emancipadora que continuamente entre y sale, se ondula entre el interior y el exterior.
Entre muchos universos posibles, aquellos donde los desconocidos aparecen decorando postales hasta las intrincadas pasiones familiares, ella permanece solitaria. Escribe y traza la ruta de su propio viaje, aquel que acontece en las regularidades del caracol, no repara en las miradas, simplemente, escribe.

                                                     









[1] “Empiezan a temer que la plantita muera y muera así, uno u otro, y lo que es más: el amor, única muerte que hay. Se ven sucesivamente, meditando en coloquios, creciendo el pavor a que se ven sujetos. Deciden entonces anular la identidad reconocible de esta plantita para que, eludiendo el mal presagio de matarla, nada haya identificable en el mundo a cuyo existir esté supeditada la vida y amor de ellos; y al par así, sitúanse en la asegurada ignorancia de no saber nunca si aquel existir vegetal que tan singularmente se había hecho parte en las vicisitudes de una pasión humana, se muere o vive. Resuelven, entonces, de noche, en un paraje no reconocible para ellos, perderla en un vasto trebolar.” Macedonio Fernández, frag. de Tantalia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario