El año de los psicotrópicos
Eloísa Oliva
Ediciones
Neutrinos
2017
Vuelvo
a la casa donde viví de joven.
La
rama del árbol cruza la ventana
casi
cinco metros creció, ¡diez años!
Un
viaje de ida, otro de vuelta
y
el corazón: una membrana menos flexible.
Una
planta crece y se convierte el algo vivo
hermoso
y obstinado. Una persona no,
una
persona crece y se convierte
en
una versión desmejorada de lo mismo.
Antes
era capaz de describir, ahora tardo meses
para
decir que el sol
alumbra
el árbol y que ese brillo, ese contacto
me
alcanza para certificar que estoy viva.
Alguien
dijo: después de los treinta se escriben
los
verdaderos poemas. Eso será verdad si y solo sí
escribir
se trata de reponer la distancia
entre
lo que esperábamos y lo que hay.
En
la ventana, las ramas del jacarandá
siguen
su camino hacia las nubes.
Una pequeña colección de poemas, un
álbum que enlaza del tiempo no sus nítidas fotos sino sus huellas errantes, evoca sombras y
siluetas del pasado. Eloísa Oliva recuerda un tiempo desplazado hacia atrás por
las horas y los años, lo que lentamente se esfuma de nosotros y nuestra vida. Ella
advierte con sus palabras melodiosas algo en los cuerpos que, al igual que una
gota en el jardín, desaparece. Una extrañeza invisible, una facultad sensitiva que
se recupera sólo en el poema: la facultad de describir. Desde un centro de
irradiación que enlaza la totalidad del libro, el corazón funciona como un ojo.
Pasados los años, avejentado el cuerpo, los sentidos se confunden con la
memoria; no pueden ver exactamente lo que hay sino aquello que quisieran ver.
Los poemas de Eloísa buscan esos espacios descontaminados, desafectados de un
yo melancólico para poder afirmarse: esto es y existe más allá del tiempo. Por
momentos, las plantas sus hojas y flores, responden al deseo que las interpela,
especialmente, aquellas que nacieron y aún crecen en arquitecturas añoradas, en
espacios parlantes de memoria.
Los años jóvenes y soleados son el
origen de la experiencia que ahora la escritura recoge y revela abierta, herida
en su superficie lozana y brillante, la sensación de plenitud. Escribe Juana
Bignozzi: Cuáles eran los árboles de mi juventud
/ los de las calles por las que no siempre logro caminar / en la noche vuelven
las flores de mi vida / las hojas de mi casa / en un eternizado paisaje de
diario. Al igual que en los destellos intermitentes de Eloísa, la juventud
vuelve de a ratos, en los recovecos del sueño, iluminada por su propia
efervescencia
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