martes, 24 de julio de 2018

el año de los psicotrópicos



El año de los psicotrópicos
Eloísa Oliva

Ediciones Neutrinos
2017

Vuelvo a la casa donde viví de joven.
La rama del árbol cruza la ventana
casi cinco metros creció, ¡diez años!
Un viaje de ida, otro de vuelta
y el corazón: una membrana menos flexible.
Una planta crece y se convierte el algo vivo
hermoso y obstinado. Una persona no,
una persona crece y se convierte
en una versión desmejorada de lo mismo.
Antes era capaz de describir, ahora tardo meses
para decir que el sol
alumbra el árbol y que ese brillo, ese contacto
me alcanza para certificar que estoy viva.
Alguien dijo: después de los treinta se escriben
los verdaderos poemas. Eso será verdad si y solo sí
escribir se trata de reponer la distancia
entre lo que esperábamos y lo que hay.
En la ventana, las ramas del jacarandá
siguen su camino hacia las nubes.

Una pequeña colección de poemas, un álbum que enlaza del tiempo no sus nítidas fotos  sino sus huellas errantes, evoca sombras y siluetas del pasado. Eloísa Oliva recuerda un tiempo desplazado hacia atrás por las horas y los años, lo que lentamente se esfuma de nosotros y nuestra vida. Ella advierte con sus palabras melodiosas algo en los cuerpos que, al igual que una gota en el jardín, desaparece. Una extrañeza invisible, una facultad sensitiva que se recupera sólo en el poema: la facultad de describir. Desde un centro de irradiación que enlaza la totalidad del libro, el corazón funciona como un ojo. Pasados los años, avejentado el cuerpo, los sentidos se confunden con la memoria; no pueden ver exactamente lo que hay sino aquello que quisieran ver. Los poemas de Eloísa buscan esos espacios descontaminados, desafectados de un yo melancólico para poder afirmarse: esto es y existe más allá del tiempo. Por momentos, las plantas sus hojas y flores, responden al deseo que las interpela, especialmente, aquellas que nacieron y aún crecen en arquitecturas añoradas, en espacios parlantes de memoria.
Los años jóvenes y soleados son el origen de la experiencia que ahora la escritura recoge y revela abierta, herida en su superficie lozana y brillante, la sensación de plenitud. Escribe Juana Bignozzi: Cuáles eran los árboles de mi juventud / los de las calles por las que no siempre logro caminar / en la noche vuelven las flores de mi vida / las hojas de mi casa / en un eternizado paisaje de diario. Al igual que en los destellos intermitentes de Eloísa, la juventud vuelve de a ratos, en los recovecos del sueño, iluminada por su propia efervescencia   







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