Le dije y me dijo
Jorge Leónidas Escudero
Ediciones S.P.A.E
San Juan (1978)
Procedimiento fallido
El requisito de los certificados
digo,
legalizarme libre,
darme a los avisos que promueven
encuentros.
Por eso vine con el comisario Zonda,
al sitio de aquel picnic famoso
donde yace
el primer amor.
Y le dije si cava usted un poquito
encontrará en los huesos,
pero hinque la pala con delicadeza,
por respeto, ¿me entendiste?, a la
que ya no existe.
Destapó un hormiguero de lágrimas,
un guano
de golondrinas que jamás regresan.
Mucha arena, señor, fíjese:
todavía no aparece la enterré ahí.
Enjugó el comisario un sudor de la
calva
y se fue retirando cejijunto, de
modo
que si falta la occisa, repetía
indignado,
no podré autorizarle sus papeles de
viudo.
Así estaba el asunto y
peligrosamente
de adquirir comprobantes pa
casamiento mío,
pues había que agregarle el pleito
del olvido
esos restos mortales.
Con pañuelo en los ojos me quedé
solo, hipé,
y quise agregar algo pero me
contuve.
Sin los certificados de que ha
muerto el primer amor
mi situación es cada vez más
difícil.
Le dije y me dijo, un libro de Jorge Leónidas
Escudero de 1978, que avanza con una magistral fluidez. Los poemas son poemas
de amor. La palabra tristeza y triste se repiten como un mantra a lo largo del
libro, algunas veces escribe felicidad y ambas resuenan como dos caras de la
misma moneda. Creo, debe ser, porque esos sentimientos adquieren en estos
poemas cadencia humana, no hay abstracciones pretensiosas en ninguno de los
versos, sino lenguaje que expresa. El amor es algo que se busca, una latencia,
un impulso, que se desarrolla en la escritura. La expresión no se dispone en
una dimensión diferente de lo vivido, es ella el acontecimiento mismo de la
poesía. Así, quizás, el título del libro podría traducirse “me dice y lo
escucho” asumiendo que entre esas modalidades de la comunicación no hay
fronteras. Los poemas de Escudero son como tesoros desenterrados, plantitas que
asoman entre las rocas, mica, tierra
roja. Supongo que esas imágenes se vinculan a la lectura del resto de su obra,
a su historia como minero y también a cierto lugar común donde Escudero
encontró un espacio en la poesía argentina. Sin embargo, tras la experiencia de
leer por primera vez un libro suyo fuera del contexto de su obra completa,
percibo con más fuerza lo irreductible de su poesía. Un modo de fe en las
palabras, como Macedonio Fernández cuando escribe a Elena. Una repentina
erupción de las cosas innombrables y trágicas que se desarrollan a la sombra
del lenguaje, las palabras cavan la fosa para desenterrar a la mujer muerta,
las palabras inventan el amor, entonces, cada palabra es oro.
John
Austin denominó actos de habla a la ocasión donde ciertas palabras adquieren
significado en un contexto determinado, el valor de verdad perfomátivo. En la
poesía ocurre que no hay valor de verdad (o falsedad) pero sí un sentido
perfomático e inestable que excede todas las referencias. La poesía es una
verdad aún más verdadera. El evento se produce en el lenguaje, no comprobamos
el mundo, su existencia, sólo lo intuimos. Cuando antes decía que Escudero
escribe sin pretensiones, me refería a que él escribe desde adentro del mundo; escribe desde adentro de la tierra y puede
pensar el pensamiento de una flor o una piedra.
Su
lenguaje y su habla coinciden en la roca, en el cielo, nacen sus palabras y el
poeta desfasado accede al canto, al ritmo. Aquí
han amado, aquí en el fondo de este valle. No en cualquier parte, señala la
potencia del fondo, en el valle, donde el amor es un resto humano. De su vida quedaron más que rosas
grabadas/en piedras otoñales y una pizca en el viento/ de susto, /pulgaradas de
chamuyo en la fuente/ y en la higuera dos nombre enlazados/ que nadie puede
leer.
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