Reconstrucción del hecho
Edgardo
Russo
Torres
Agüero (1988, Buenos Aires)
La Sofía cartonera
(2013, Córdoba)
Desnudo bajando una escalera
“No era mi intensión
reproducir la carne
Tal como se brinda,
cuerpo a cuerpo,
En el burdel o lecho:
Rubens o Manet.
Cuando te desvistes y
caminas,
Y la carne se afloja o
tensa
Según el movimiento que
te exija,
La lucha es otros, y en
ella da lo mismo
Que fueras maja o mono.
El ojo combate una
abundancia
De pelos, tajos, mamas,
Viene y va, viene y se
fija: péndulo y plomada.
Da lo mismo entonces que
no te reconozcas,
Maja o mono. Y que nadie
diga, nadie pueda:
Es ella, desnuda,
bajando una escalera.”
El
libro de poemas de Edgardo Russo Reconstrucción
del hecho tiene varias divisiones y subdivisiones, la primera fotografías dedicada a E. J. Bellocq,
Diane Arbus, Weegee, Eadweard Muybridge, Richard Avedon, a un retrato de Rembrandt
y a una pintura de Bacon. La escritura no coincide exactamente con las imágenes
que allí se muestran, ni siquiera con alguna otra no expuesta. Esa voz, más
bien, narra un estado secreto de quién obturó
en el ángulo singular de la realidad. La
carne, la corporalidad fotografiada, es la medida del diafragma que se abre. La
dimensión del poema recorre la empática condición de modelo y fotógrafo, el
circular destino de quien es atrapado en el espejo de luces y sombras. Russo
configura un paisaje que atiende a la ocular proyección de una voz; existe una
unidad vedada entre la experiencia y el lenguaje, la rasgadura es testigo. Cada
uno de los fotógrafos escogidos, las reflexiones poéticas sobre las imágenes,
las reconstrucciones de las voces sobre un hecho, forman parte de un catálogo o
mapa fuera de lo convencional. No en vano el conjunto se desliza a Rembrandt La pequeñas venillas que irrigan bajo la
piel la carne/ parecen haber tomado consistencia de cartílago y a Bacon el abrazo es feroz, y presupone / menos que
la caricia la riña. Los pintores
contemplan su propio destino irremediable, mientras en la pintura la expresión
denota su última salvación, el cuerpo propio del pintor muere.
En la
parte 2 Modelos ejercita eclipses
entre la carnalidad y su imposible representación, Duchamp, Carpaccio, Vemeer,
Tintoretto, Cezanne, Caravaggio retoman la paradoja del pintor anunciada con
Rembrandt y Bacon. Cuerpo a cuerpo ellos, los pintores, se enfrentan con el
espejo, lo que ven ya ha sucedido. Existe
un desfasaje en las imágenes, en el seno mismo de ellas, como si los objetos y
los cuerpos no coincidieran en el mismo tiempo y el espacio. Los cuerpos se
desgarran, intentan liberarse, mientras las cosas que los atrapan,
resplandecen.
Continúa
naturaleza muerta donde eucaliptos,
naranjas, el viento, un caballo, el patio, una hoja de palmera, la flor de
caña, jazmines y frutas son observados. Una ventana imita la ventana
renacentista y advierte que de ella no podemos escapar. La mirada antepone al artificio,
lo que sabemos vivo, muere cuando la mirada alcanza. Como el obturador de la
máquina fotográfica dispara, la mirada gatilla su cuadricula; la matemática reiterativa,
donde el mundo exterior siempre se nos pierde.
En
la parte Reconstrucción del hecho invierte
el orden de los sentidos, abandona la mirada para escucharse. Los epígrafes de
Blanchot y de Pessoa lo indican, insisten sobre la resonancia y la sinfonía.
La voz interior del poeta nos devuelve una biografía que existe reflexivamente,
vivimos en el lenguaje.
El
libro termina con cuatro poemas titulados Cavafis
en el nº 10 de la calle Lepsius, el último de esos poemas dice A veces mi juventud me da miedo,/ como si
hubiera sido una libélula/ y ahora debiera convertirme en fiera. Así,
desplegado en su propio destino quien escribe poemas sobre los hechos es la fiera.
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