La esquina del fresno
Silvina Mercadal
Editorial Sofía Cartonera (UNC) - 2016
Los días de un viejo árbol
suben desde la raíz, largos
dedos de nácar, sumergidos
en el húmedo corazón
de la tierra, escuchan
la leyenda del bosque
de espinos. Y el fresno
comienza a recordar
“La esquina
del fresno” es un libro de poemas para niños pero, fundamentalmente, es un viaje en el tiempo, una dimensión que se
abre. Un conjunto de poemas habitan el mundo en sintonía con la memoria refrescante,
con la savia en movimiento de un árbol, entre sus raíces y sus hojas. La
escritura, entra y sale de la tierra, recorre el vegetal, los recovecos de la planta,
su textura y floración, para encontrar imágenes sospechosas de infancia.
El fresno
habita el espacio real, la esquina de una casa amarilla, donde antes vivían niños,
hijos de otras niñas que crecieron. El ciclo de la generación pulula y se
expande. Silvina Mercadal interroga al ancestral fresno,
que se erigió en el añorado hogar de sus abuelos, y desde allí recupera el
tiempo y una singular visión que, la frondosa copa del árbol, ha producido en
años. Desde esa perspectiva puede verse de niña, contemplarse en cada hoja,
como sí las arbóreas morfologías fueran ojos. Los árboles de hojas/ojos cuentan
una historia desde ese lugar donde las raíces lo han anclado.
Escribe
Silvina Un poco más allá, la esquina era
del pino / las terrazas de agujas, el agudo bonete / frente a la plaza. En
cada sitio, un tótem guardián, un representante simbólico y antiguo, para
develar las formas onduladas del tiempo.
Los poemas
son hermosos y las ilustraciones maravillosas, cada página es un universo de
grafías, sonidos e imágenes que nos transportan a la dimensión del origen.
Entre la
sensual Marosa Di Giorgio, por el despliegue vegetal en el sistema familiar y el
insistente Lewis Carrol, enigmático hacedor de trucos “La esquina del fresno” propone una original cosmovisión de la
literatura infantil. En su libro Silvina, como en el de muchos otros autores incluidos
los dos mencionados, el lenguaje no se cierra en su propia especificidad o género.
Lo interesante de pensar, tanto la literatura infantil, como la ilustración, es
admitir que no estamos en un campo delimitado dentro de la literatura o el arte,
por el contrario, afirmamos y poblamos la lengua en nuevas regiones. Otras
lógicas, diversas direcciones de lo real, combinaciones propiciatorias de la
imaginación, juegos, encastres de dimensiones, todo eso ingresa en el flujo de
lo conocido de lo que, convencionalmente, definimos como racional. Retomando o parafraseando
el título de su libro “Madurar hacía la infancia” de Bruno Schultz, vamos hacía
la infancia como una constante emanación de vida, como un árbol que crece en
una esquina.
La
literatura infantil, los juegos, las invenciones, las ilustraciones esa
singular constelación que sobrevivió y creció en el interior de la producción
de muchos artistas, desde Leonora Carrington con “La leche del sueño” y George
Perec “Cuentos para niños no tan buenos” hasta las colecciones y escritos de
Walter Benjamín o las balbuceantes estridencias teatrales de Jorge Bonino, el
arte sobrevive a la razón funcional, al positivismo del mercado. Esa
enciclopedia mágica de la infancia, nos dispone de una versión abismal y
deliciosa del conocimiento, fusiones del sueño, entrepisos de la conciencia,
laberintos de la historia, memorias ancestrales del lenguaje. Así “La esquina
del fresno” habita su propio paisaje en la literatura, y su propia lengua en el
reflejo de los minutos de la infancia. Segundos, horas, gotas de alegría que
van y vienen.
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