El hada que no invitaron
Obra poética reunida 1985-2016
Estela Figueroa
Bajo La
Luna - 2017
Realidad I
Durante muchos años
viví preocupada por mis
agujeros.
Y es que me exasperaban:
si estaban vacíos se
irritaban
si intentaba colmarlos
se resistían.
Así
me era imposible pensar en
todos.
Y hablaba de pequeños
cuencos
de puertas que se abrían se
cerraban
de copitas de cristal
rajado.
Ahora que me concibo a mí
misma resbalando
de oeste a este
por el agujero negro del
espacio
me he despreocupado.
A quién tiene por costumbre
resbalar
¿le puede importar
presentarse
con algunos agujeros
en casa de amigos?
Lágrimas y nervaduras
Hoy llovió
toda la mañana y mientras viajaba leí El hada
que no invitaron de Estela Figueroa. El paisaje se fue manchando con sus
palabras, pinceladas de brillo sobre las cosas; los árboles chorreando y las
piedras húmedas, el reflejo de mi rostro en la ventanilla, el cielo con sus
nubes derretidas. Su voz, de repente, escapó del libro y comenzó a correr tras
el tiempo que pasaba, corría rápido saltando charcos, perdida en el paisaje que
se desdibujaba, galopaba su voz brava sobre el lomo huidizo de lo real. Yo
quería alcanzarla con mis pensamientos y entonces logré ingresar a un jardín
hermoso y una casa protectora, a un lugar donde la memoria se alimenta de
palabras. Me pareció verla, instalando objetos entre lo huecos de las paredes,
entre las hileras de ladrillos, entre las raíces y las macetas, en las alacenas
perfumadas. Una escenografía de diminutas situaciones, montones de cenizas,
ropa de efímera escala, una mesa con un mantel y el té servido, fantasmas, puertas
y más puertas de muchos tamaños.
El hada Melusina es una
combinación de dragón y mujer, la leyenda medieval cuenta que, ocultando su lado monstruoso, logró casarse
y tener hijos. Hasta que no pudo más y entonces huyo despavorida. Sólo por las
noches regresaba a visitar a sus hijos, mientras dormían. A veces, las poetas
huyen despavoridas de la luz diurna, del concatenado orden de lo cotidiano,
pero por las noches siempre vuelven, con misteriosas palabras, para acunar a
sus hijos. Los vuelven a parir, a amantar, por primera vez le enseñan la luna,
los arropan y piensan en su madre y en las madres. Estela tiene un jardín, lo
más parecido a un libro sagrado, cosas escrita para ella; carnívoros herbarios o trepadoras enredaderas, vitales
visiones del amor.
La felicidad es el
motivo, epifanía, ágil y huidiza, la música singular del poema la retiene,
nervaduras que lagrimean. Poesía remanso del tiempo, vaivén en las olas arrebatadas
de un antiguo río aunque a veces el viento las vuelve remolino. La felicidad
disfrazada con palabras, se inventa un cuerpo, sobreviviente se agarra a unos
palitos secos que logran flotar o se enreda a los musgos verdes de una piedra
gigante e insistente nos espera en nuestra orilla, hasta que la última tempestad
pase.
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